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Es un monstruo grande y pisa fuerte

Español

La minería entra en una fase de agresividad muy particular, especialmente en varios de los países de América Latina. Las necesidades del crecimiento económico, aplaudido por los organismos económicos mundiales, exige la extracción de recursos no renovables, localizados en áreas rurales, afectando fuentes de agua, tierras de cultivo, bosques, el aire que se respira y toda una cadena devastadora de efectos mortales sobre la salud de las personas, los ecosistemas, y en general, la vida del planeta.

Pero es más, en países como  Guatemala, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, etc., la mira apunta a aquellos territorios en donde se concentran poblaciones indígenas y campesinas de origen ancestral, en cuya cosmovisión, no sólo se entienden aspectos productivos, económicos y de organización comunitaria, pues se incluyen los espacios de reproducción social, con valores y principios que cimentaron desde siempre la historia y sus realidades culturales. Preocupa además los niveles de represión orquestados por los gobiernos nacionales en contra de las poblaciones más desprotegidas, que son justamente las más golpeadas por este flagelo en tiempos de globalización; la especial saña con que se criminaliza la propuesta social, a título del terrorismo y otros calificativos que reproducen las épocas más amargas de las dictaduras fascistas que buscaban aplastar la organización de los pueblos y su grito de propuesta ante las injusticias y la explotación. Sólo que por ahora estamos en “tiempo de paz” e incluso, en algunos países bajo la dirección de gobiernos que se llaman antiimperialistas, de corta socialista y otros membretes de auto calificación.

Iniciándose el nuevo siglo con nubes negras que anuncian tormentas, con años de confrontación y dolor, en donde todo parece indicar que el monstruo capitalista, embriagado de petróleo reclama nuevos tributos a la tierra. En efecto, la sangre derramada no sació sino momentáneamente su voracidad de poder; ahora exige más oro, cobre, plata, níquel, etc. Todo cuanto le costó al planeta millones de años para transformarse en bienes de consumo - chatarra y despilfarro.

Mientras que en las ciudades, la indolencia de una parte de sus habitantes permite que observen impávidos y hasta con desprecio las protestas y marchas que hacen cientos de pueblos por la defensa de la vida; o simplemente cierran los ojos a la represión, las muertes y desapariciones de los dirigentes populares, las encarcelaciones y los abuses de las fuerzas del orden de los imperios modernos.

Ello, sin tomar en cuenta que cuando se agote el agua en sus fuentes, también se cerrarán las plantas de potabilización en las urbes; que cuando los campos dejen de producir, igualmente se vaciarán los mercados y supermercados y, que ellas mismas ya saturadas con millones de personas pululando en el desempleo, serán el último reducto de los desplazados por la minería.

Por ello y mucho más, queda claro que sólo la resistencia de los de abajo detendrá la destrucción del medio ambiente y de la gente que aún intenta vivir en armonía con la naturaleza. Que sólo la lucha organizada se direcciona como camino a seguir, en contra de la perversidad de quienes se sienten los dueños predestinados del mundo y de la existencia sobre la faz de la tierra. Que sólo de pueblo a pueblo debe tejerse el entramado de fraternidad y solidaridad, que apoye la construcción de un proyecto alternativo que vea con optimismo el futuro de la humanidad. Puesto que de otra forma, la tormenta que se avecina no dejará espacio para la renovación de los sueños.

Chimaltenango, 18 de abril de 2010

Jaime Idrovo Urigüen
EQUIPO  COMUNICÁNDONOS

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